El espejo

December 26, 2006

Despertó, ligeramente más temprano que de costumbre, tras un sueño interrumpido constantemente por los ladridos de los perros que desde unos días antes se habían mostrado sumamente inquietos a partir de las dos de la mañana. Sin mirar el reloj que tenía sobre el buró junto a su cama, se levantó y se dirigió hacia el cuarto de baño. Lentamente abrió la llave del lavamanos. Mientras el agua comenzaba a salir de la llave fijó su atención en el rostro que aparecía detrás del espejo.

No recordaba cuántos días llevaba encerrado en aquel cuarto, pero ese rostro descuidado, con una barba bastante crecida y esas ojeras, consecuencia de varias noches de sueños interrumpidos, hacía parecer ese encierro una cuestión de semanas. Examinó poco a poco su rostro palpándolo lenta y cuidadosamente, como si buscara algo nuevo en él; tras la inspección pasó sus manos bajo el chorro de agua, que había estado corriendo durante todo ese tiempo, y volvió a sentir ese terrible dolor en el costado que lo había postrado en cama durante los últimos tres días; el miedo se apoderó de él.

Había llegado a la ciudad hace apenas un par de semanas, nadíe sabía exactamente de dónde ni por qué. Se hospedó en una pequeña casa, bastante céntrica, cuya dueña rentaba a todo el que necesitara un lugar para quedarse, que tuviera el dinero suficiente y que pudiera soportar a los perros que se paseaban por toda la casa con absoluta libertad; por otro lado la dueña dejaba vivir en paz a todos los inquilinos, sin hacer pregunta alguna sobre sus actividades o procedencia. Tres días antes la casera lo vió llegar, con una larga gabardina, con las botas llenas de lodo, cubriendo su costado izquierdo con la mano derecha por debajo de la gabardina, caminando con dificultad y dejando escapar algunas gotas rojas al suelo; la miró, le dirigió un respetuoso saludo e intentó disimular su dolor caminando normalmente hasta llegar a su habitación, de donde no se le vió salir en los dias posteriores.

Deteniendose del lavamanos para no caer al suelo, vencido por el dolor, volvió a mirar en el espejo aquel rostro de sufrimiento que se llenaba de sudor, un sudor frío que salía de su frente y cubría su rostro, confundiendose con las lágrimas que inundaban sus ojos. El dolor se disipó repentinamente, comenzó a respirar profúndamente para intentar calmar los nervios, pues aún se sentía muy asustado tras lo ocurrido. Se percató de la ausencia de cualquier sonido, ni siquiera escuchaba el flujo del agua que corría bajo la llave abierta; temeroso de que el dolor regresara dirigió la vista hacia su costado y mientras lo hacía advirtió que el chorro de agua había dejado de fluir. La llave seguía abierta, el agua seguía fuera, pero no fluía. Parecía como si estuviese mirando solo una fotografía; rápidamente volvío la vista hacia el espejo y volvió a mirar aquel rostro sudoroso con una mueca de dolor y de miedo, estampado como un retrato en la pared, con la muerte en sus ojos.

Examinó todo a su alrededor; era la única persona que habitaba esa casa, no había vestigios de personas o animales. Todo había quedado suspendido en el tiempo: agua que no caía, árboles cuyas hojas arrancadas por el viento quedaron suspendidas en el viento, relojes detenidos, objetos suspendidos que no llegaron a caer al suelo. Regresó al espejo, examinó aquel rostro de muerte y entonces lo comprendió. Solo había sido el reflejo de una vida; sus acciones, sus decisiones, su vida, no eran realmente suyos, sino que eran el reflejo de la vida de alguien más, alguien que ahora yacía en el piso del cuarto de baño de una habitación alquilada, alguien cuyo instante de muerte quedó grabado del otro lado del espejo.

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