Recuerdos

December 21, 2007

Hacía tiempo que no se veía a nadie por aquella playa. Desde aquél trágico día, cuando las olas acabaron con lo que comenzaba a ser un próspero lugar para el comercio y el turismo, eran muy pocos los que se atrevían a acercarse y menos aún los que se quedaban en la orilla contemplando al mar. Pero allí estaba ella.

El sol iba ocultándose a lo lejos, tiñiendo con un tono rojizo las aguas, aparentemente tranquilas, mientras aquella niña seguía contemplando los recuerdos que las olas traían a la orilla, recuerdos de algún día lejano que iban envolviendo el ambiente en una espesa melancolía.

Fueron pocos los que se percataron de su presencia. Los lugareños eran muy supersticiosos, pues no faltaban las espeluznantes leyendas sobre la inundación de la antigua ciudad, surgidas a raíz de recuerdos, inexactos y exagerados, de quienes pocos que sobrevieron tanto a la inundación como a sus consecuencias. Llegada la tarde, era raro aquel que se atrevía siquiera a mirar en dirección al mar, pues había que evitar causarle cualquier molestia al fantasma de las olas, aquel que hace 75 años vió turbado su tibio sueño e hizo perecer a aquellos que habían osado despertarlo.

Los que lograron verla experimentaron un extraño sentimiento. En cualquier otra ocasión se hubieran preguntado por qué estaba allí, cómo había llegado, dónde estaban sus padres o por qué estaba sola. Pero al mirarla por un instante y sentir la misma nostalgia que ella sentía, las preguntas y cualquier pensamiento se diluía en quella agua salada que llenaba el aire y que algunos, incluso, sintieron acariciando sus mejillas. No atinaban mas que a regalarle una sonrisa, desde lo lejos, y continuar su camino. ¿La habrán reconocido?

Las estrellas aparecieron en el firmamento, la luna iluminaba el lugar con un brillo pocas veces visto. La niña se puso de pie, el viento despeinaba su larga cabellera y se llevaba con él sus lágrimas, dió unos pasos adelante, el agua mojaba sus pies descalzos, sonrió. Se inclinó sobre el reflejo del firmamento y comenzó a recoger estrellas cuidadosamente, teniendo especial cuidado con aquellas de luz más blanca, pues son las más frágiles. Poco a poco comenzó a adentrarse mas y mas en aquellas aguas que la acariciaban tiernamente y la tarea de recolección de estrellas parecía volverse mas sencilla.

Esa noche se pudo ver una lluvia de estrellas desde la ciudad.

A la mañana siguiente los pobladores despertaron con una noticia inusual: encontraron una estrella en la playa. Ya desde las siete de la mañana había cerca de una docena de personas que proclamaban como propio el descubrimiento y lo resguardaban celosamente para evitar que alguien mas les arrebatara el privilegio de haber sido los primeros en encontrarla. Era extraño que nadie atinaba a decir qué era lo que estaban haciendo en la playa tan temprano ni cómo se esparció la noticia, siendo que ninguno quería separarse de la resplandeciente roca.

En unas pocas horas la playa estaba llena de curiosos que, alentados por la noticia, querían constatar con sus propios ojos aquel maravilloso descubrimiento. Allí estaba la estrella, enterrada en la arena, con una luz y una calidez que maravillaban a todos los curiosos.

No faltó quien se encargó de difundir la noticia en todas las ciudades cercanas. En muy pocos días fueron llegando personas incluso de otros países a contemplar el objeto estelar. Al cabo de una semana, ya se había convertido en noticia internacional.

Los habitantes de la ciudad comenzaron a ofrecer sus casas como hoteles para los turistas. La mayoría tenía espacio de sobra en sus casas pues se habían mudado a las tiendas temporales, instaladas en la playa, en las que ofrecían algún producto a los visitantes. Era dificil hacerse allí un espacio, por lo que preferían no abandonar su comercio ni un segundo.

Las leyendas y miedos que una vez alejaron la ciudad del mar parecían haberse esfumado. A pocos les importaba ahora que el mar parecía ir avanzando lentamente y trataba de alejarlos del pequeño pedazo de luz que la arena resguardaba. Sobre todo en las tardes, era ya normal tener los pies empapados por un agua tibia que en su ir y venir iba regalando un descanso a aquellos que permanecían parados por horas, en filas que parecían eternas para constatar y estar unos segundos cerca del gran descubrimiento.

En el lugar del hallazgo se había erigido rápidamente un pequeño recinto que cunmplía el propósito de preservar intacta la estrella y al mismo tiempo servía de pretexto para poder cobrar la entrada a todos los visitantes. Nadie cuestionaba que quienes encontraron la estrella tuvieran derecho a alguna retribución por sus esfuerzos, mucho menos después de que, tras la llegada de tanta gente, todos los lugareños estaban viéndose beneficiados con la venta de cualquier cosa, pues, pese a los exagerados precios de la entrada y de los productos que se ofrecían, la curiosidad de los turistas era mayor y no escatimaba en gastos.

El último día fue el mas concurrido. Se habían instalado ya una gran cantidad de atracciones adicionales, dese juegos de destreza, juegos mecánicos, paseos en lanchas, incursiones submarinas, hasta presentaciones de canto y teatrales acompañadas de un sofisticado sistema de luces que convertían las olas y la noche en un gran espectáculo. Esa mañana, la brisa tenía un olor distinto, y aunque muchos pudieron notarlo, nadie le prestó mayor atención, excepto por ellos, los más viejos, aquellos que habían sobrevivido a la catástrofe de años atrás.

Se les vió a lo lejos, saliendo de sus casas poco antes de ponerse el sol. Con sus corazones llenos de nostalgia y una sonrisa en sus rostros, caminaron lentamente hacia la playa. En el camino se cruzaron con una niña de hermosa cabellera larga, que los saludaba con una sonrisa mientras daba pequeños saltos y reía. Al verla lo comprendieron.

Varios minutos después todos los viejos se encontraron frente al mar. Se miraron unos a otros, sin sorpresa. Clavaron la mirada hacia la inmensidad del agua que reflejaba un cielo estrellado de un mágico azul, iluminado por una inmensa luna llena.

— Viene a reclamar lo que es suyo.

— Y tiene razón.

Los viejos suspiraron, voltearon a ver por última vez aquella multitud y aquel espectáculo que se había instalado frente al mar. Una enorme ola cubrió la playa, una ola más grande alcanzó la ciudad. La estrella regresó a su dueña.

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